domingo, 26 de agosto de 2012

Pienso ahora...

   Estoy de regreso de un viaje.
   De ida y vuelta. Como muchos.
   Encontré paisajes en contraste con los míos. Otros aromas. Otros colores.
   Pero, para que no me sintiese extraña,  una voz familiar y acogedora me envolvió en esos días. Un abrazo cálido me paseó por sus montañas y sus aguas. Llenó mis días y mis noches.
   Puso a mis pies su tierra y al alcance de mis ojos su inmenso cielo azul.
   En las noches claras me regaló sus estrellas y el recuerdo abrasador de un sol que ya no estaba. Que dormía.
   Ni un sólo segundo quise perder pensando en mi vuelta. En el vacío que, sin querer, dejaría en sus estancias.
   Fui egoísta, lo confieso. Quise guardarme para mis adentros el recuento secreto del tiempo que, inexorablemente pasaba.
   Ahora desde la lejanía, añoro la voz, el abrazo, el paisaje, el olor, los colores, los días y sus noches.
   He de volver.
   No muy tarde.
   Uno ha de regresar siempre al lugar donde no se sienta incompleto. Donde la plenitud se apodere de su alma sedienta.
   Donde el sol que abrasa le quite el frío de un largo invierno.

   Donde las estrellas, esas que llevan miles de años muertas, iluminan en su larga agonía la negra noche.
   Y si mañana no estoy... iré también.
   Porque en los espacios donde reposaron mis dedos, quedan mis huellas.
   En la piel donde rozaron mis labios, quedarán por siempre mis besos.
   Y el eco de mi voz, mi risa y mi llanto sonará en los oídos de quien me tuvo a su lado.

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