miércoles, 19 de junio de 2013

   Basta cerrar los ojos un instante ... y llegan a mi mente, como fotogramas de una película aún inacabada.
   El olor a verano de mi infancia. Ese verano que este año remolonea entre isobaras. Que se esconde entre nubes de algodón espeso, pero se intuye en los días que alargan sus horas.
   Tengo ansia de sentir el calor del sol y su resplandor a través de mis parpados cerrados. Los ojos cegados por el brillo de los rayos que, como castigo, hacen brotar lágrimas de mis ojos. No me deja que lo disfrute plenamente desde hace años, porque araña mis pupilas aún a través de los cristales.
   Es como el olor a hierba cortada. Me llama desde la otra orilla pero, al mismo tiempo, ahoga mis pulmones haciendo que huya su contacto. 
   La sal del mar, que ya intuía a kilómetros de distancia, cuando en mi juventud escapaba de la meseta y retornaba a casa. Al hogar familiar.       
   Cada casa tiene su olor, como cada persona. Hay aromas que te traen risas, abrazos, llantos,...  Escapo de, según que flores, que olores, ... porque escapo de mis sentimientos.
   Será mi purgatorio en esta vida: no poder disfrutar plenamente de mis sentidos .
   El oído aún me regala momentos divinos. Músicas exultantes o adormecedoras, trinos, voces cercanas que amo, ... y el silencio. Sólo una vez en mi vida, creo, pude disfrutar del verdadero silencio. El sonido de la nada. Nada. Me dió miedo. 
   Yo que creía haber estado muchas veces en ese dulce estado de ausencia de todo ... Pero hasta ese día no supe lo que era sentirse tan solo. Como el único ser vivo rodeado de muerte. Soledad desgarradora. No buscada.
   Afortunadamente podía escapar de ese estado de angustia vital y reconfortarme con sabores que hiciesen olvidar a mi cerebro la angustia vivida.
   El gusto. Hummm. Ese sentido que se aprende con los años. Cuando el sabor del frío helado o el del chocolate caliente se apodera de nuestros labios.
   Labios. Besos. De cariño, de amor... Los de amor llegan siempre tarde. Cuando se nos premia por disfrutar de la lentitud de las cosas. Son para disfrutarlos, para saborearlos, ...
   Y si ello sucede entre los brazos de quien amas, no pides más. Desapareces del mundo, pierdes tu piel y toda la materia que aprisiona tu ser verdadero. 
   Todos los sentidos explotan en ese instante: la mirada del otro, el olor de su pelo, de sus manos, la voz que te arrulla y te estremece, el sabor dulce que no empalaga y pide más, el calor que te envuelve y te protege, que te acuna y te aleja del miedo.
   ¡Qué sería de mi sin mis sentidos! No puedo prescindir de ninguno aunque estén mermados. No quiero perderme entre barrotes que me alejen de lo que está fuera de mi propia piel. Aunque sea para sentir sufriendo. 
   

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